El día de hoy tuve un encuentro interesante con el feminismo. No puedo ni decir qué pensaba yo antes de él. Lo concebía como una especie de ideología que buscaba la reivindicación de los derechos de la mujer, pero para mi sorpresa, me vi de frente con un planteamiento muy diferente: la concepción del feminismo como teoría política. Y lo que más me sorprendió, es que es una teoría política que vindica derechos para hombres y mujeres por igual.
Haciendo un brevísimo recuento de lo que hemos avanzado en materia de derecho en los últimos dos siglos, hoy se encuentran vigentes herencias del liberalismo y de la socialdemocracia. Podemos decir que del primero heredamos las garantías o derechos individuales, así como la libertad de opinión, creencia y autorrealización; de la segunda, lo que nos queda son los derechos sociales: la idea de una educación y una salud públicas —por escuetas que sean—, son herencia de la socialdemocracia. El feminismo va un paso más allá: defiende también la libertad individual, pero se basa en la igualdad como reconocimiento. Es decir, una igualdad que trasciende lo jurídico y se hace presente en lo social.
Si lo pensamos un momento, nos damos cuenta de que es más difícil conseguir una igualdad social que una jurídica. Un homosexual, por ejemplo, tiene igualdad de derechos frente a la ley, en materia laboral, de salud, etcétera. Sin embargo, puede enfrentar una serie de barreras sociales para ser admitido dentro de ciertas instituciones, lugares de trabajo, grupos de amigos u otros. Lo mismo sucede con indígenas, gente de escasos recursos y, por supuesto, con las mujeres. Entonces, ¿qué busca el feminismo?
El planteamiento es muy sencillo. Primero, desactivar la categoría "sexo" como medio para la exclusión; busca también lograr una igualdad recíproca entre hombres y mujeres; y por último, construir una ciudadanía plena. En cuanto al segundo punto, la cuestión es que hasta el momento se ha logrado garantizar cierta igualdad para la mujer. Por decirlo de algún modo: igualar a la mujer con el hombre, como si fuera este último un estándar. Pero la situación del hombre; el significado de la masculinidad, no se ha alterado en lo más mínimo. Ahí es donde la propuesta feminista entra a decir que hay, de ambos lados, cosas que cambiar, si lo que se pretende es alcanzar dicha igualdad recíproca.
El punto de la ciudadanía plena es culminante y trasciende por completo los límites del sexo. Engloba cuatro aspectos importantes: la participación, vista como un compromiso ético-cívico; la posibilidad de elegir y ser elegido para puestos públicos; una distribución adecuada de la riqueza, vista también como autonomía económica —situémonos, por ejemplo, dentro de un hogar en el que el hombre hace la principal aportación económica; y el reconocimiento del otro como igual.
Tal vez al día de hoy muchos todavía se pregunten cuáles han sido las aportaciones de esta teoría política. Todo avance en materia de derechos sexuales y reproductivos tiene su origen en el planteamiento feminista: los derechos de homosexuales a ejercer libremente su sexualidad e incluso contraer matrimonio; el libre y desestigmatizado ejercicio de la sexualidad femenina, el derecho al aborto y más, son luchas que han librado en las tribunas hombres y mujeres bajo esta causa. Como menciono más arriba, aún hay muchas barreras sociales por romper, pero la ley ya legitima cuestiones que hace dos décadas eran impensables. Lo importante aquí, es que el planteamiento es mucho más complejo de lo que aparenta y, por ello, seguirá abanderando causas en pro de la igualdad humana.
Espero este breve escrito haya servido para ampliar un poco el panorama que se tiene sobre esta corriente de pensamiento. Para más información sobre el tema, pueden buscar a Alicia Miyares - Ciudadanía, democracia y feminismo, en YouTube.
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